lunes, 25 de septiembre de 2017

el arte en sus manos. I: Pedro Tramullas






Hace un tiempo empecé casi por casualidad, una pequeña colección de fotos de manos de artistas. En los últimos años he tenido la oportunidad de relacionarme con algunos de los mejores del panorama nacional y, en algún caso, internacional. Personas no solo altamente creativas, que no es poco, sino con la destreza suficiente como para traducir sus ideas a la materia a través de sus manos. Como fotografiar cerebros me es francamente difícil y como mis manos son absolutamente incapaces de crear algo bello por mucho que lo imagine, aquellas otras de artistas, maravillosas y habilidosas, me daban cierta sana envidia y decidí, en una de aquellas visitas, fotografiarlas y escribir, ahí sí que tengo cierta maña, lo que me transmitían.
Hoy, dos años y medio después, tarde, demasiado tarde, comienzo mi colección de impresiones con las manos de un gran hombre que nos acaba de dejar, las de Pedro Tramullas.
Poco más puedo aportar sobre él después de todo lo que se ha dicho en estos tres días desde que nos enteramos de su fallecimiento. Yo solo puedo escribir lo que sentí el día que fui a comer a su casa sus inefables muslos de pato. Sentí magia casi en el mismo instante de traspasar la puerta. Pedro, un hombre mayor de aspecto tan curioso como imponente me empezó a enseñar su taller abarrotado de objetos y esculturas en piedra, madera y metal, y en sus ojos empecé a descubrir un cierto brillo de complicidad que se agrandó después de comer cuando subimos a ver todo el equipo que guardaba de su abuelo. Yo estaba fascinada.
Y no podía parar de mirar sus manos. Esas manos de las cuales habían salido obras tan imponente como la puerta de Aspe, que habían tallado el duro granito y la tosca piedra de Peñaforca, que habían retorcido el hierro hasta sacarle la belleza, belleza que habían conquistado con tantos materiales y técnicas…
Las manos de Tramullas eran fuertes, velludas. Comenzaban en una ancha y poderosa muñeca esculpida por el manejo de la maza y el cincel, y terminaban en unos dedos cortos pero recios, en los que aún se adivinaba la huella de la herramienta, igual que en la palma quedaban las huellas de viejos callos. Sus manos hablaban de fuerza de tesón, de entrega. Era fácil imaginarlas trabajando, materializando lo que aquel cerebro efervescente iba soñando.


Aquellas manos eran como sus ojos. Hablaban de arte, de amor al arte. Y de comunión con todo aquel que también amara el arte. Aquellas manos fueron un torrente de materia transformada. Fueron capaces de buscar el alma de la tosca piedra, piedras duras, piedras blandas, pero piedras, de la madera desde la más humilde hasta la más noble, del frío metal e incluso de la tierra bien cocida. Pero también sorprendía que aquellos gruesos dedos manejaran la delicadeza y la sutilidad de la plumilla con tanta exquisitez.

Las manos de Pedro Tramullas eran unas manos francas, sinceras. Transmitían serenidad y confianza. Eran las manos de un hechicero. Eran pura energía.


domingo, 2 de julio de 2017

yo no quiero ser feminista





Yo no quiero ser feminista. No nací para eso. No quiero reivindicar lo que debería ser normal. No quiero que sea necesario. No quiero cuotas ni días en el calendario. No quiero ser distinta por ser mujer. Ni mejor ni peor. No quiero que nadie me mire como un bicho raro por tener tetas o pintarme los ojos. Quiero ser natural.
Yo no nací para esto.
Yo nací mujer. Pero fui el hermano pequeño de mi hermano. No había quien me pusiera un vestido de nido de abeja rosa —o de cualquier otro color y estampado— ni mucho menos esas odiosas e incómodas bragas de ganchillo que en seguida se estiraban y las llevabas colgando a mitad del muslo. Las camisetas, de algodón, y los vaqueros que no faltaran, que bastante falda llevaba entre semana con el uniforme.
Pobre, mi madre. Aunque ella fue una mujer adelantada a su tiempo en muchos aspectos, aun a pesar de la educación de posguerra, con todo lo que ello implicaba. Pero ella llevó pantalones cuando muy pocas chicas los llevaban, iba en lambretta de un lado a otro, trabajaba y no tuvo mucha prisa por casarse. Y nací en una familia en la que era mi padre el que me llevaba al colegio. Y yo disfrutaba yendo de su mano, viendo al “Demis Roussos” el panadero enorme y barbudo panadero que descargaba su furgoneta en la plaza de San Sebastián. Teníamos nuestros propios ritos, nuestras propias complicidades…
Yo tenía poco que ver con los juegos de niñas, y en recreo, entre mi amiga “Ajo” y yo adoptábamos siempre los roles de chicos. Y no entendía por qué las monjas no eran las que daban la misa si lo hacían prácticamente todo, qué pintaba aquel cura. Par mí era contra natura, mi natura.
Nunca me gustaron las muñecas, como mucho, la Nancy, aunque era una muñeca medio inútil incapaz de coger nada y menos de llevárselo a la boca. Odiaba especialmente los Baby mocosete y similares, sosos y asquerosos. Jugaba con mi hermano —otra vez— con sus geyperman y con mis Big Jim, que eran mucho más versátiles. Mi mejor muñeca —no sé de dónde la sacarían mis padres— era la Havoc, una muñeca espía checoslovaca. A esa no se le ponía nada por delante, era una muñeca de acción, como quería ser yo, y no una moñas para entrenarme a ser mujer objeto y madre.
También me gustaba jugar al fútbol, con mi hermano, cómo no. Y de tanto gol portero años después terminé siendo una de las porteras del equipo subcampeón de España de fútbol sala. Éramos bichos raros.
Hoy hay más equipos de fútbol y fútbol sala femeninos. Algunos mejores que los masculinos. Algunos ganan a los masculinos. Algunas juegan en los masculinos, y ganan. Pero no les dejan. Y no pueden celebrar el triunfo todos juntos. Entonces, saltan a las noticias. Porque todavía hay que reivindicarlo. Y no debería ser así. Debería ser normal. Tú vales, tú juegas. Tú haces. Tú eres.

No, definitivamente no me queda más remedio que ser feminista. Todavía.

sábado, 1 de julio de 2017

de rerum veritatis


Paco Rallo: "Lapins de Pyrenées". Infografía digital. 2016 


"Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira
todo es según el color
del cristal con el que se mira”


No podría estar más de acuerdo con este fragmento del poema “Las dos linternas” de Ramón de Campoamor. Recuerdo que incluso lo utilicé una vez para presentar un trabajo de carrera. Se trataba de interpretar cómo se había formado una roca a partir de la observación al microscopio de unas láminas delgadas. Y con los mismos exiguos datos, aplicando criterios diferentes se podía llegar a conclusiones bien distintas. Sirva, pues, esta anécdota estudiantil como metáfora de la vida, de los distintos enfoques que tiene la verdad, de los conflictos que pueden acarrear estos enfoques y de cómo se puede llegar a deformar la verdad e incluso el propio concepto.

La verdad, la verdad. Cuánta tinta derramada en pos de la verdad. Cuánta sangre. Cuántos hombres y mujeres a lo largo de la Historia y a lo ancho de este mundo han hablado sobre ella. Incluso yo misma ahora. Algunos, la proclaman, otros la dudan; para otros, no existe. Los hay que se matan entre ellos en nombre de la Verdad, que, siendo única para cada uno de los contendientes, resulta distinta de la del bando contrario. Verdades como los puños que se cierran y golpean para imponerla. Verdades inmutables que terminan quedando obsoletas. Verdades que fueron mentiras repetidas. Verdades que fueron recuerdos no vividos, que fueron sueños tan reales que parecen existidos. Verdades que son capaces de avivar igual que de apagar el fuego del amor. La verdad…

Yo no sé si existe la verdad y, por lo tanto, no quiero proclamar ninguna. Tan solo expresar mi opinión, tan válida o no como la de cualquiera que tenga la mala costumbre de pensar. Y eso me pasa a menudo. Y a menudo pienso que lo que existe es el hecho en sí, como mi lámina delgada del principio, y de ahí, cada uno de nosotros lo interpretará y expondrá su verdad, porque es así como lo considera. En muchos casos, nos vendrá impuesta. Y se nos querrá convencer de cual es la verdad verdadera. Eso se puede llamar educación -Al fin y al cabo, el proceso de educar, en demasiadas ocasiones, no es más que llevar a las mentes inquietas y creativas infantiles por el redil de la verdad social en la que les ha tocado nacer y vivir-. Pero también desinformación, adoctrinamiento y manipulación.

Esto es lamentablemente cada vez más frecuente en este mundo globalizado, donde nos convencen de mentiras que derivan en verdades a fuerza de repetirlas hasta que la masa traga y se las cree. Y luego se inventan términos como el de “posverdad” para disimular el bulo que nos han metido, pero con el que han conseguido dejar de lado el terreno de lo racional para que nos dejemos llevar sólo por el de las emociones. Nos convierten en una suerte de unidad amorfa virtual que ya no piensa, solo cree en lo que le dicen, en un ejercicio la mar de efectivo, puesto que ni siquiera hace falta reunirnos a unos cientos o miles de seres en un recinto para arengarnos. Ahora lo hacen a distancia, llegan a millones de personas y lo hacen de una forma tan sutil, que ni siquiera te das cuenta de que te están lavando el cerebro. Ya nadie se acuerda de Chomsky.

Nos intentan imponer sus verdades, aunque sean verdaderas estupideces: “Las 10 ciudades que debes visitar antes de morir”, “100 mejores películas de la historia”, “50 libros imprescindibles que no deben faltar en tu biblioteca” o “los 40 principales”… Y así te hacen creer no sólo que esa es La Verdad, sino que si no has visitado, visto, leído o escuchado todos esos Greatest Hits eres un fracasado. O peor aún, si no te gustan, o te gustan otros distintos, eres un raro. Y eso, en esta sociedad de producción de-mentes en serie es poco menos que pecado. Disentir, no reconocer el status quo impuesto, pensar, tener criterio, llegar a tu propia verdad, tan diferente, tan revulsiva, tan poco canónica, puede resultarles peligroso. Y en este orwelliano Gran Hermano al que inexorablemente nos dirigimos –si no hemos caído ya de bruces en él- te hace directamente sospechoso de sedición. No pienses, no critiques, no disientas. Cree, mira, asume, afirma LA verdad. Ese es el camino y la vida.

Las verdades ya no se sostienen. En este mundo cambiante, lo que fue verdad ha perdido su valor, ha perdido su Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. Matices, interpretaciones, mutaciones, fenómenos, investigación, avances científicos, tecnológicos, sociales, culturales van matando las antiguas verdades, aquellas que parecieron tan consolidadas durante siglos, y que hoy se tambalean, evolucionan hacia nuevos conceptos, nuevas evidencias, nuevos postulados. Quizás demasiado rápido para algunas mentes que se aferran a sus dogmas con una fe excesivamente ciega. “Si siempre ha sido así” dicen. No, no siempre. Siempre ha habido algún revolucionario que ha inventado la rueda, el fuego o internet. Y ha cambiado la Historia y los parámetros de la verdad.

Entre nosotros, la verdad no existe. Existe el hecho. Y existen las palabras. Porque las palabras son las que describen el hecho. Pero son muchas las palabras y muchas las interpretaciones. Somos voyeurs de la vida, con nuestras propias pajas mentales. Cada uno contamos el hecho como lo vemos. Contamos nuestra verdad. Y el mismo hecho da lugar a verdades distintas. Y deja de existir aquél para convertirse en éstas. Normalmente además porque el hecho se da en un momento concreto del tiempo y del espacio. Y ya no está, se difumina, no podemos volver a él, sólo queda lo que contamos de él. Y surgen encarnizadas discusiones entre tertulianos, entre la madre y la hija, entre los amigos o entre la pareja. Cada uno de ellos ven el mismo hecho desde perspectivas vitales distintas, e intentar convencerse mutuamente de sus puntos de vista de manera tan apasionada como ineficaz. Y posiblemente ambos tengan razón y los dos se equivoquen. Tu verdad contra mi verdad. Tus palabras contra las mías.

La palabra es enemiga de la verdad. La puede envolver en un pérfido papel de regalo lleno de celofanes tóxicos. Papel tras papel, cajita tras cajita, vamos perdiendo la noción del hecho para recrearnos en el placer de nuestras palabras, porque nada nos gusta más que escucharnos a nosotros mismos. Nos perdemos en nuestros propios argumentos, enquistándonos en nuestra versión de los hechos, en nuestra verdad. Nos quedamos con nuestra percepción de la verdad, con nuestra Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente, aquella que atañe a la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. Perdemos la capacidad de escuchar, que es un paso previo muy importante a la de razonar y la verdad se deforma en un laberinto de espejos cóncavos y convexos. Incluso la propia palabra verdad ha perdido su sentido.

La palabra puede matar a la verdad. Es necesario cuidarla, reflexionar, escuchar, aprender. Defender nuestra verdad con asertividad, pero sin agresividad, porque ese es el camino de su deformación y del desencuentro. El hecho ya no está. Sólo queda lo que tú yo digamos de él. Que sea verdad.

La palabra es, sin embargo, lo único que nos queda de la verdad. ¿Qué sabríamos de nada sin una palabra que nos lo hubiera descrito? Las palabras nos permiten expresar nuestras ideas, representar nuestros conceptos. Transmitir la realidad.

La verdad tiene sus cosas. Qué cosa es la verdad.

Cristina Marín Chaves


Artículo publicado en la revista de opinión "Crisis"#11 Junio de 2017

domingo, 2 de abril de 2017

buceando entre micromachismos




El otro día paré en una gasolinera a la salida de Teruel. Desde que me bajé del coche hasta que me volví a subir en él uno de los empleados que me atendió me debió de decir una media docena de veces “guapa”, “preciosa”, “princesa” y otras “lindezas”. Juro que no lo conocía de nada. Cuando arranqué me sentí bastante molesta no sólo por no haberle dicho nada, educación —y prisas— obligan, sino porque además estoy segura de que al camionero bigotón que paró en el boquerel de al lado no le debió de destinar ni un solo piropo similar (o tal vez le dijera, “campeón”, “machote” o así, pero dudo que lo hiciera si no lo conocía, como era mi caso).
En realidad, casi me debería considerar “afortunada” porque no se refirió a mí como “zorra”, “chochito” o “puta”, que también hubiera podido ser…
Lamentablemente, este último es un modo frecuente de hablar entre los y las adolescentes, y nos es raro oírlo o leerlo en sus conversaciones, sean de viva voz o virtuales. A mí se me cae el alma a los pies. ¿En qué momento hemos fallado los padres y madres —sobre todo— que hemos procurado dar una educación igualitaria a nuestros hijos e hijas? “La educación y la actitud en la vida dependen de una insistencia día a día, y mucha paciencia como padres. Quitar estereotipos sociales cuesta lo suyo”, decía una amiga comentando unos de mis artículos. “Es una carrera de fondo”, apuntaba otra amiga en la misma conversación.
Entonces, tal vez sea que, por mucho que nos esforcemos, no podemos tenerlos en una burbuja, que desde pequeños se están relacionando con los hijos de los padres que llaman “nenazas” a los que no tienen un comportamiento netamente masculino… como es el caso de los que la emprender a golpes en un partido de fútbol infantil. Olé el ejemplo. Los chavales, chicos y chicas tienen que salir del cascarón, rebelarse para autoafirmarse, “matar” a la madre, en el caso de las chicas. Y entran en la dinámica dominante en el grupo, aunque ésta sea claramente machista, aunque ellas se proclamen feministas. Otra amiga mía, profesora de instituto, apuntaba que como educadora veía muchos chavales que ya venían con unos prejuicios y comportamientos que distan mucho de la igualdad y el respeto a la mujer. Y es que detrás de muchos fenómenos de bullying a las chicas laten fuertes estos comportamientos sexistas. Poco va a poder avanzar la sociedad si estas generaciones no cambian hacia espacios de igualdad. Sin embargo, la tendencia parece ser la contraria y muchas de las hijas de las que proclamábamos la igualdad ven cómo sus jóvenes parejas las controlan física o virtualmente. El móvil, esa arma de celo masivo…
Pero es que el micromachismo nos lo inoculan desde nuestra más tierna infancia, sutil e inocentemente (o no…) y así pasamos sin solución de continuidad de que al pasar la barca nos diga el barquero que las niñas bonitas no pagaban dinero (a lo que en la misma canción la niña respondía que no, que pagaba renunciando a su belleza, que es, en última instancia, por lo que se “valora” a las mujeres) a entrar gratis en las discotecas y, si van sin bragas, te dan cien euros. Entre estos dos extremos nos encontramos tantos ejemplos que muchas veces te llaman exagerada si un comportamiento socialmente aceptado lo tachamos de micromachismo. Los tenemos en casa, en las calles en los bares, en el trabajo, en las canciones…
Qué decir de los medios de comunicación, en los que también hemos experimentado un retroceso, y no solo siguen proliferando los anuncios claramente machistas —aunque sea para vendernos una leche infantil que contribuirá a que los niños logren un futuro como matemáticos y las niñas como bailarinas— sino también en los programas generalistas o incluso los informativos. Tenemos los presentadores más feos (y en algunos casos, más babosos, como el del hormiguero) acompañados de las presentadoras más guapas y mucho más jóvenes. Y nótese este matiz: son ellas las que acompañan a ellos, no al revés. Zasca, otro micromachismo. También abundan en los contenidos: las políticas destacan por el colorido de sus chaquetas, y cuando se reúnen, no importa lo que tratan sino lo bien torneadas que están sus piernas.

Debe de ser que no queda suficientemente claro que al nacer no sale de la placenta ningún manual de comportamiento y obligaciones por ser mujer, como dijo mi buena amiga Cristina García, con lo que desde ese mismo momento somos todos iguales. Sin embargo, los micromachismos, representados en la parte baja del iceberg de la violencia de género, nos envuelven, y en lugar de nadar libremente, buceamos entre ellos intentando zafarnos de sus dentelladas de admisión social, tradición y excusas. 



http://www.elpollourbano.es/nosotras/2017/03/buceando-entre-micromachismos/

sábado, 18 de marzo de 2017

mujeres y ciencia (o de cómo nos han tenido por ignorantes cuando en realidad sólo estábamos ignoradas)




Este mes de marzo vamos a volver a celebrar el Día Internacional de la Mujer. Sin más. Lo de trabajadora se sobreentiende. En la Asociación de Artistas Plásticos Goya Aragón se inaugurará, además, una exposición sobre las olvidadas e ignoradas a través de la Historia hasta nuestros días, poniendo el acento en aquellas mujeres que la Historia, escrita por hombres, ha procurado borrar o, cuando menos, velar. Hace poco, también se celebró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Y os aseguro que eso sí que ha sido un drama para las mujeres. Si ya de por sí no se nos ha permitido pensar, ya no hablemos de dedicarnos -o destacar- en los diversos campos científico-tecnológicos, de amplia raigambre masculina, incluso hoy en día.
Buceando un poco en las estadísticas, encontramos que en España, y según datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el 54,4% de los estudiantes universitarios son mujeres, e incluso este porcentaje sube ligeramente entre la población egresada (57,3%). A priori es para congratularse. Sin embargo, si profundizamos un poco más, apreciamos las primeras diferencias claras: Atendiendo a las distintas ramas de conocimiento, se observa una proporción de hombres muy superior a la de mujeres (74,1% son hombres) en la de ingeniería y arquitectura. Esta distribución se invierte en Artes y Humanidades, donde el porcentaje de mujeres sube hasta el 61,5% y, afortunadamente, en Ciencias de la salud, rama en la que las mujeres tienen una presencia muy superior a la de los hombres (30,3% son hombres).
Visto así, el futuro parece ser de las mujeres, salvo en el campo científico-tecnológico, donde aún queda mucho camino por recorrer. Pero, ¿qué pasa con el presente? Si atendemos a los mismos datos del ministerio, ya sólo el 39,9% del personal docente son mujeres, y entre los catedráticos de universidad, el 79,3% son hombres. Por rama, las mujeres siguen teniendo mayor presencia en artes y humanidades (47,6% mujeres, aún por debajo del 50%) frente a ingeniería y arquitectura, donde sólo el 20,6% son profesoras.
Esta situación no es exclusiva de España. A nivel  mundial, y según datos de la Unesco en el Atlas mundial de la igualdad de género en la educación, en los últimos cuarenta años el número de las matriculadas en estudios superiores crece al doble de velocidad que el de hombres. No obstante, esto no siempre se traduce en una mejora de sus oportunidades profesionales, sobre todo en cuanto a la posibilidad de dedicarse a la investigación después de obtener el doctorado. Y de nuevo se aprecian sensibles diferencias entre los sexos en función del campo de estudio, y así los graduados en ingeniería, industria y construcción son mayoritariamente varones en los 84 países de los que hay datos.
Lo mismo pasa con la investigación profesional, donde es claro el predominio de los hombres. Para que os hagáis una idea, permitidme que os hable de una amiga, Emmanuelle Vennin. Ella es una geóloga francesa con la que mantengo amistad desde hace más de veinticinco años. Es tan excelente persona como trabajadora. Lleva más de veinte años recorriendo el mundo investigando posibles yacimientos petrolíferos y es –y de esto me enteré hace unos días-la primera mujer catedrática de Geología en Francia, plaza que, además, obtuvo con solo treinta y siete años. Sin embrago, su propia peripecia vital casi no le ha permitido, como a muchas mujeres, darse la importancia que en realidad merece.
Y rebuscando en nuestro pasado nos encontramos con multitud de mujeres de la mayoría de las cuales sus nombres no nos resultan conocidos, pero que fueron determinante en sus respectivas disciplinas científicas. Algunas sí han pasado a la Historia, y hasta han tenido película propia, como Hypatia (Ágora, 2009), Hildergarde von Bingen (Visiones, 2013) o las matemáticas Katherine Johnson y Dorothy Vaughan y la ingeniera Mary Jackson en la nominada a los Óscar Figuras ocultas (2016).
Las mujeres han reclamado su sitio en la Historia de la Ciencia desde antiguo, Además de Hypathia, se conoce el nombre de la pitagórica, Teano de Crotona (Siglo VI a.C.), Agnódice (Siglo IV a.C.), la primera ginecóloga, o María la Judía, alquimista que vivió hacia el siglo II aproximadamente.
Pero no ha sido un camino fácil. En demasiadas ocasiones la comunidad científica ha hecho oídos sordos de los trabajos de estas mujeres, cuando no han tenido que hacerlo a la sombra de sus compañeros, que fueron los que normalmente se llevaban los premios, incluso los Nobel, como fue el caso de Rosalind Franklin (1920-1958), investigadora del ADN, o Lise Meitner (1878-1968) por la fisión nuclear (aunque en este caso, Otto Hahn sí que la mencionó al recoger el premio)
Muchas de la científicas que conocemos han podido dedicarse a sus respectivas disciplinas apoyadas por sus padres, hermanos o esposos, Sin embargo, este apoyo a veces las ha eclipsado, como a Irène Joliot-Curie (1897-1956), hija de Marie y Pierre Curie, y que fue también galardonada con el Nobel de Química con menos de 40 años, pero de eso casi nadie se acuerda, igual que de sus postulados feministas.
Este posicionamiento feminista ha también sido determinante en la carrera de otras mujeres de ciencia, como Maria Mitchell (1818-1889), astrónoma cuáquera que estuvo comprometida con la causa antiesclavista y con los derechos de las mujeres o la matemática Sofya Kovalevskaya (1850-1891).
También está el caso de Virginia Apgar, quien da nombre al test que se les realiza a los neonatos y que tantas vidas ha salvado. En su caso, y a pesar de sufrir en su propia piel la discriminación de sexos en el campo de la ciencia y la medicina, esta luchadora incansable nunca se alineó con ninguna formación feminista. Su manera de cambiar el mundo era simplemente continuar trabajando.
En esta España de tradición casposa en materia científica hemos podido, no obstante, dar grandes nombres femeninos a las ciencias, como la matemática Assumpció Català (1925-2009), la primera mujer en obtener un doctorado en matemáticas en la Universidad de Barcelona, Ángela Ruiz Robles (1895-1975) conocida por patentar un artilugio que pretendía ser una suerte de libro mecánico que sería el primer precedente del ebook, Carmina Virgili (1927-2014), geóloga, que fue secretaria de Estado de Universidades e Investigación en el primer gobierno presidido por Felipe González, o la también geóloga Rosa María Esbert (1942-2011), precursora de los estudios de petrología aplicada a restauración en España.

Son muchos más los nombres de mujeres, algunas de vidas insólitas como Elena de Céspedes (1546-1588), que han contribuido con su inteligencia al desarrollo de la ciencia, la tecnología, o con inventos sin los cuales no concebiríamos nuestra actual existencia. Poco a poco iremos desgranando sus vidas y sus obras.



http://www.elpollourbano.es/nosotras/2017/03/mujeres-y-ciencia-o-de-como-nos-han-tenido-por-ignorantes-cuando-en-realidad-solo-estabamos-ignoradas/

sábado, 11 de marzo de 2017

las habitantes del andamio



Llevo más de veinte años subida en el andamio. En todo este tiempo he ido percibiendo un cambio -quizás excesivamente lento- en la actitud de los hombres, señores absolutos de la estructura metálica, hacia las mujeres en la obra.
Mis comienzos no fueron nada halagüeños en aquellos noventa iniciales, en los que, a pesar de tantos intentos, muchos españolitos de a pie, aún no habían salido de la caverna. Y les costaba entender qué hacía esa gachí –sí, sí, gachí- diciéndoles lo que tenían que hacer, si el papel de la mujer era estar en casa y, si acaso, recibir los requiebros más o menos groseros del pecho lobo con el pañuelo anudado en la cabeza. Aún recuerdo aquella mañana en una vieja iglesia oscense en la que, tras varios intentos frustrados de que el albañil de turno nos hiciera acaso a dos veinteañeras que le estábamos indicando cómo tenía que aplicar unas soluciones, llegó Antonio, el jefe de obra, un armario ropero pelirrojo, que además era el que pagaba, y le dijo: “Manuel, haz exactamente lo que te digan estas dos señoritas”. Y como lo había dicho Antonio, Manuel obedeció.
Poco tiempo después me presenté a una entrevista de trabajo para una empresa de productos químicos para la construcción. Yo pensaba que era la persona idónea, ya que esa era mi especialidad. Los dos motivos por los que fui rechazada fueron que era licenciada y, sobre todo, mujer, Y las mujeres no teníamos nada que hacer en el mundo de la construcción. Así me lo dijeron… Hace dos años acudí a una feria de la piedra en calidad de técnica prescriptora. Reconozco que cuando me acerqué al stand de esa casa, y el comercial me intentó vender sus productos le dije que lo sentía mucho, pero que su empresa me había rechazado por ser mujer y no iba a ser yo la que recomendara una firma tan marcadamente machista. O por lo menos que a mí me constara fehacientemente.
Porque esa es otra. Vas a una feria del sector de la construcción y las mujeres están consideradas como auténticos floreros de carne hueso, bien como azafatas soportando las baboserías horteras de cierto tipo de visitantes sedientos de todo tipo de mercancía, bien en fotos con posturas inverosímilmente provocativas intentando insinuarse ligeras de ropa poniendo morritos al cazo de una excavadora…
Han pasado más de veinte años desde aquellos primeros pasos y en el camino he visto de todo. Pero lo más sorprendente es el machismo que me he encontrado en ocasiones entre los propios titulados superiores de la construcción. Ha habido situaciones tan delirantes como tener casi que chivar las soluciones en las visitas de obra a un reputado profesor colaborador solo porque venía del mundo universitario, era de Madrid y, sobre todo, era hombre.
Sin embargo, cada vez son más las mujeres, aparejadoras, jefes de obra, así como arquitectas e ingenieras o técnicas de prevención de riesgos laborales. También las hay albañiles, electricistas, gruístas, etc., aunque la mayoría de las mujeres en la obra estamos en puestos técnicos y Dirección Facultativa. Y eso que no teníamos futuro en el mundo de la construcción...Desde 1991 el número de arquitectas, aparejadoras, ingenieras, geólogas, químicas y otras licenciadas en carreras relacionadas con la construcción no ha parado de crecer (mención aparte son las restauradoras, que dominan ese sector) y la evolución de la presencia de la mujer dentro del sector de la construcción en España es positiva pero muy lenta. Sin embargo, sigue habiendo una más o menos soterrada minusvaloración hacia nosotras, que lo mismo nos acusan de tener una mala leche increíble que de no tener ni idea, por no hablar de cómo relacionan nuestro comportamiento con nuestro ciclo biológico o nuestra mayor o menor satisfacción sexual. De todo he oído.
También me he encontrado con compañeros de trabajo excelentes, tanto entre los técnicos como entre los albañiles y canteros, una gente absolutamente especial de los que he aprendido mucho. Y he podido pasar muy buenos ratos, tanto en el andamio como en torno a una mesa de restaurante de menú del día comiendo alubias con guindillas mano a mano con los trabajadores. Lejos quedan esos momentos iniciales en que no me hacían caso, y ahora me dedico a asesorar a la Dirección Facultativa, o directamente formo parte de ella, mi firma está en la mayoría de los planes directores que se han redactado en Aragón, doy instrucciones y en muchos monumentos no se ha movido una piedra sin mi visto bueno.
Han pasado más de veinte años, pero aún queda mucho camino por hacer. Y así este verano escuchaba a una compañera de trabajo quejarse de cómo la ninguneaban los albañiles a su cargo y no le hacían ni caso. Solo porque era mujer y joven.
También en este campo, es necesario ganar esa igualdad en empleo, respeto y salario según nuestra capacitación. No podemos esperar otros veinte años a que cambien las cosas. El andamio está evolucionando, ya no son esos viejos andamios amarillos con tablas, ahora tienen que seguir la normativa europea de seguridad. Esperemos que esa evolución prosiga también entre sus “habitantes” y desaparezcan, de una vez por todas, esos ramalazos machistas para trabajar todas y todos como profesionales que somos.

http://www.elpollourbano.es/nosotras/2017/01/las-habitantes-del-andamio/


jueves, 9 de marzo de 2017

me gusta ser mujer v2.0






Coleando aún los efectos de la manifestación de ayer en conmemoración al día de la mujer (lo de trabajadora se sobreentiende), comienzo a compartir por aquí los artículos que he ido publicando en los últimos meses en "El Pollo Urbano" en la sección "Nosotras" a la que me invito a colaborar Crsitina Beltrán, gran mujer, y a quien le estoy muy agradecida por todo lo que representa como mujer y como luchadora vital.

El primer artículo fue una reescritura de una entrada antigua de este blog, pero que quise darle una vuelta de tuerca más. Espero que os guste:

http://www.elpollourbano.es/nosotras/2016/11/me-gusta-ser-mujer-cristina-marin-chaves/